El Día de Muertos es una de las celebraciones populares más importantes de México. Desde los últimos días de octubre hasta el 1 y 2 de noviembre, el país recibe la visita de quienes ya no pertenecen al plano terrenal y llegan a la tierra a disfrutar de los placeres de la vida y de la compañía de sus seres queridos.
La visita y la decoración de los panteones, la elaboración de altares en las casas, las serenatas, las lloronas y las reuniones en los cementerios dejan de ser prácticas extraordinarias para convertirse en rituales comunes que llenan de alegría, nostalgia y humor las calles del país.
Sin duda, en cada estado la celebración adquiere tintes particulares, pero hay algunas tradiciones que pueden considerarse mexicanas en todo el sentido de la palabra, sin importar de qué estado o municipio hablemos: el Pan de Muerto, un infaltable de norte a sur y de este a oeste. ¿De qué se trata? De una pequeña ofrenda para los difuntos y de un producto gastronómico típico de la fecha para que también disfruten los vivos.
El Pan de Muerto es una ofrenda repleta de tradición en México. Su elaboración puede ir variando según las latitudes pero es un producto que jamás puede faltar. En algunos estados lo elaboran azucarados, en otros, con sabor a vainilla o naranja y en algunos casos cubiertos de chocolate. El más típico es el pan circular sobre el que se extiende la misma masa, o crema de yema, representando los huesos.
Como muchas prácticas culturales locales, el Pan de Muerto también posee orígenes fusionados. ¡Claro! Fusiones resultantes del encuentro de las culturas indígenas o Mesoamericanas con las tradiciones del antiguo continente.
Esta exquisitez está inspirada en antiguos rituales prehispánicos. Algunos historiadores afirman que los sacrificios humanos propios del siglo XVI son su principal inspiración. ¿Cuál específicamente? El ofrecimiento de una princesa a los dioses. El corazón de ella era extraído del cuerpo y aun latiendo era colocado en una olla con amaranto. Luego, quien encabezaba el ritual debía morder el corazón en señal de agradecimiento a las deidades.
Otros historiadores afirman que las civilizaciones prehispánicas elaboraban un pan especial compuesto por semillas de amaranto, el cual era mezclado con la sangre de los sacrificios humanos que honraban a Izcoxauhqui, Cuetzaltzin o Huehuetéotl.
Se cree que los españoles propusieron una modificación de este tipo de sacrificios; así, elaboraban panes de trigo con forma de corazón bañados en azúcar teñida de rojo que simulaba la sangre de las doncellas antes sacrificadas.
Son tantos los misterios que rondan sobre las prácticas ancestrales que realizar una única afirmación resultaría hasta riesgoso. Lo que sí puede afirmarse es que este pan ha sido y es una de las ofrendas más tradicionales del Día de Muertos, que no puedes dejar de probar en tu visita a Puerto Vallarta durante estas fechas.
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